domingo, 29 de noviembre de 2009

*Y se resbalan tus dudas, tus manos, tus ganas, y el viento...*

Es domingo otra vez, y hay partido de esos "importantes". Dudo que haya más de tres personas en el país delante del ordenador.

Y aquí estoy.

Podría ser por muchas razones, pero yo creo que es más el no saber que hacer lejos de la pantalla. Lo que hace que tampoco haga nada muy útil aquí y me vaya a sentir mal dentro de poco.

Los domingos son días duros. Echar la culpa a la resaca no funciona, porque hace tiempo que no hay resaca. Hace domingos, quiero decir.

A lo mejor es Luis Ramiro, a lo mejor es que llueve, a lo mejor son las conversaciones que hay que evitar hasta que es inevitable. Igual es el futuro, podemos ponernos profundos.

O que a veces se echa de menos seguir el camino marcado, pero el mapa, inventarlo.

Y si ayer era el día. Si hoy por fin llegué a la meta. Si al fin se acabó. ¿Por qué?


jueves, 5 de noviembre de 2009

*Pisando hojas de ciudad en mes de otoño*

Con Octubre muere en Vetusta el buen tiempo. Al mediar Noviembre suele lucir el sol una semana, pero como si fuera ya otro sol, que tiene prisa y hace sus visitas de despedida preocupado con los preparativos del viaje del invierno. Puede decirse que es una ironía de buen tiempo lo que se llama el veranillo de San Martín. Los vetustenses no se fían de aquellos halagos de luz y calor y se abrigan y buscan su manera peculiar de pasar la vida a nado durante la estación odiosa que se prolonga hasta fines de Abril próximamente. Son anfibios que se preparan a vivir debajo del agua la temporada que su destino les condena a este elemento. Unos protestan todos los años haciéndose de nuevas y diciendo: «¡Pero ve usted qué tiempo!». Otros, más filósofos, se consuelan pensando que a las muchas lluvias se debe la fertilidad y hermosura del suelo. «O el cielo o el suelo, todo no puede ser».


Ana Ozores no era de los que se resignaban. Todos los años, al oír las campanas doblar tristemente el día de los Santos, por la tarde, sentía una angustia nerviosa que encontraba pábulo en los objetos exteriores, y sobre todo en la perspectiva ideal de un invierno, de otro invierno húmedo, monótono, interminable, que empezaba con el clamor de aquellos bronces.


Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre.

El frío vacía las palabras, y se revaloriza el calor de los abrazos y la cercanía. A veces una no se puede permitir lujos...

Han pasado muchas cosas en un año. Pero han pasado muchas cosas en dos. Y muchísimas en tres. Y siempre nos quedará el consuelo... seguirán pasando cosas. Dentro de un año, habrán pasado muchas cosas más. Empieza a contar, o deja de mirar la fecha.

Todas estas locuras las pensaba, sin querer, con mucha formalidad.