viernes, 4 de febrero de 2011

*Acción. Reacción. Repercusión*

Nos enseñaron los valores, varios valores, y elegimos los que creímos justos. Nos dijeron lo que eran los principios, aprendimos a darles importancia, y después aprendimos a defenderlos. Entre todos los modos de vida posibles, escogimos el que nos parecía que correspondía a valores y principios. Diferenciamos el bien del mal, y, aunque no siempre nos pareció sencillo, sabíamos que era lo correcto.

Lo que se les olvidó decirnos es que no a todos nos estaban dando los mismos patrones. Que entre tanta universalidad, que entre todo eso de lo que hablaban poetas y filósofos del mundo, no había un acuerdo general, aunque pensáramos que sí.

Así que salimos refugiados en lo que creíamos para encontrar que eso sólo pone problemas, que el mundo se reviste de hipocresía, y que es mejor callar y aceptar,que decir que nunca habíamos pensado así, y que nos sentimos autotraicionados si rechazamos nuestro ideal de justicia por que alguien se lleve un dinero extra que, sin duda, será bien aprovechado.

 Y tú, que por alguna razón sigues pensando que el cambio está en nosotros, que si nadie hace te toca a ti mover al mundo, y todo eso que padres y BP te inculcaron, alzas la voz por la justicia y la educación. Y te enseñan una nueva lección: si quieres cambiar algo, hazlo en otro sitio. Y sí, tienen la potestad para sacarte de allí. Y entonces es cuando te preguntas en qué residen los valores y los principios si, a parte de descubrir que no son universalmente compartidos, además no te dejan expresarlos. Y podemos empezar a pensar en cómo nacen las revoluciones. Aunque sepamos que no serán posibles si sólo somos nosotros los que estamos a favor, porque allí donde llegamos con nuestras ideas, ellos prefieren callar o disimular.

Te planteas, entonces, si la diferencia está en el país, en el círculo social, en la comodidad, en el dinero... y no te importa. Al final, lo que nos queda es saber que no lo compartimos, que no caeremos en eso, y que sí, duele, frustra, irrita y desgasta, pero mantenemos lo que es nuestro, y si no lo quieren nos vamos llevándolo, sabiendo, o queriendo saber, que en algún sitio lo apreciarán y podremos decir que nos sentimos orgullosos de tenerlo.

Seguimos creciendo. Que todo siga dándonos sabiduría.

lunes, 16 de agosto de 2010

*Y bailar*

Una mañana te levantas y descubres que las nubes son negras y que duelen sus perfiles, sientes peso en el centro de tu pecho matarile, hace falta llorar, 
corre,
venga,
vete,
dile que lo vuestro ha acabado por el bien de los tratados.

Volveréis a volar.

Hace tiempo que no siento lo que escribo, lo que pienso. Tanto tiempo que no sueño, ¿eres tú mi contratiempo? Hay milagros en el tiempo, hay cigarros apagados, hay amigos que se esfuman de las puntas de la mano.

Cada vez que miro al cielo me pregunto si hace un año era yo o era el destino, la paciencia en el camino. Cada vez que pienso en ello, cada vez que me abandono, me sorprendo y no comprendo por qué casi nunca lloro.

Decisiones complicadas en el alma me pegabas, con tus celos, tus excusas, tu cabeza en la capucha. Los ojitos venenosos de los niños cariñosos, caprichosos, reaccionarios y cobardes en rebaños.

Las palabras dolorosas casi nunca son hermosas: eres malo, engreído, te mereces un castigo..
Has dejado en mi cuerpo el dolor de tu veneno. Ahora quiero, más que muerto, reducirte al recuerdo.

Son las cosas de las flores, vidas en varios colores. Son las cosas del otoño, las castañas, los marrones.

Como no somos perfectos moriremos como insectos. ¿Tiempo somos? ¿Lo queremos? ¿Cuánto queda para que se acabe el cuento?

Como loco baile mucho, que las cosas duran poco. Que las cosas son caprichosas.

No importa nada tanto como andar.

No duele nada tanto como dejar de bailar.



domingo, 8 de agosto de 2010

*No duele el golpe. No existe el miedo*

Acabé en el suelo otra vez. Toqué fondo. Un fondo diferente, general.

No saber dónde estar, saber que no es ese el sitio. Ningún sitio. No encontrarse a gusto en ningún lado. No encontrarse. Saber que no se hacen las cosas así, que así no quería hacerlas. Recordar, en ciertos actos y momentos, que esto no es lo que prometí. Plantearme reprometer. Renovar.

Así que estoy, porque estoy. Se hace, porque se tiene que hacer. Se sigue, porque se tiene que seguir. Ir, porque el camino está marcado. Querer, porque la costumbre obliga a ello. Y dejar de plantearse cosas, porque llegó la pereza que acompaña a los momentos de estanque.

El primer paso, supongo, fue decidir si quería o no quería. No quise. Porque lo que sí quería no era lo que abundaba. Al cambio, no renta. Aún sigue sin rentar, en ciertos momentos, pero el cambio número uno vino de la primera decisión. Una vez que decides lo primero, comienzas a entender el poder de las decisiones.

Siguiente paso, olvidar la primera decisión. Olvidar moviendo los cascabeles que nunca fallan, descubriendo que ese tampoco era mi lugar. Es la primera vez que me traicionan los valores, o que no encuentro la aplicación correcta de ellos. 20 días de dudar, de querer tirar la toalla, de matar o morir, de salir de allí, de volar (con su miedo a estar haciéndolo, terrible momento, ahora sí, sin ellas). Saber que no es ese el momento vital adecuado, pero no saber si existirá otro. Y entonces... ¿qué se hace? ¿Se tira todo a la basura, tantos años? ¿Tanta fe?

Una noche con poco tiempo para pensar y nos embarcamos en la siguiente. Ahora sí, con muchísima pereza, la confianza perdida, la esperanza derrotada, cansancio acumulado y vasos más vacíos que llenos.

Vasos que se llenan.

Una vez en el suelo, más bajo no se puede caer. Las fuerzas vuelven, una vez más, de la fe en el método, en que lo que haces, aunque no siempre te lo creas, sirve.

No equivoqué el marco, no falló la ley. Sólo me equivoqué de sitio. Era un poco más lejos, o un poco más fuera. Era otro nivel. Era asumir que crecí, maduré, y que ya no me toca a mí. Era abrir la perspectiva, entender que sí hay más, que no tienes que desaparecer.

Entender que siempre sale algo, siempre, porque en cierto modo, me interesaba buscar. No hay salidas donde no hay intención de buscarlas.

Entender que mi burbuja se ha roto y ahora el mundo real es diferente al que me enfrentaba hace 3 años. Asumirlo y empezar a formar parte del juego, sean cuales sean las reglas que se lleven.

Entender que los caminos se tienen que andar sola, a veces. Entender que la soledad es relativa, y quizás buena.

Creer en los adultos, los jóvenes, los conejos, los submundos, la locura, los bailes, los reencuentros, en mí, en la muchedad.

Sigo mi crecimiento personal. Llega a asustar ser tan consciente de la evolución, pero creo que también forma parte de él.

Igual es el momento de renovar.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

*Y no amanecerá hasta que no ilumines la función*

Pasa cada año. Llega otra vez la Navidad.

Hace tres años la emoción ante nuevos sentimientos totalmente desconocidos. Hace dos, la intriga a lo que pasaría y la nostalgia. Hace uno, mucho más dolor del soportado. Este... el vacío. De sentimientos, sensaciones, pensamientos.

Un coche en el que no quería estar, unas conversaciones que no revelaron nada, unos silencios que reflejaron la realidad a la que nadie se quiere enfrentar, y a la que tarde o temprano alguien se enfrentará. O no... porque para qué repetir, si no quiere entender...

Más ganas que nunca de salir de aquí para refugiarme en la pañoleta, enfrentarme al frío con un saco nuevo, disfrutar de lo que sé que me da cobijo. Y tampoco encontrar exactamente lo que buscaba. Al fin y al cabo, no es lo mismo, pero no dejo de estar a gusto, y encuentro mis valores más fuertes y establecidos que normalmente. Las ideas claras, aunque sean diferentes de las que el mundo desearía, y poca intención de ser algo que no quiero. Y lucha continua, contra mí y lo que aún me escuece, y contra lo que intenta hacerme diferente. Apoyada en lo único que siempre ha estado y que siempre estará, y que por suerte ahora tengo más cerca que nunca.

¿Cambio? ¿Crisis? No... búsqueda. Porque este no es mi sitio. Porque no hago lo que me gusta, o no lo estoy disfrutando como debería. Porque a mí me gusta ser feliz, y se me está olvidando que eso es lo primero. No es estar triste, no es estar mal, es... reubicar para seguir. No me pidáis deslumbrar.


lunes, 14 de diciembre de 2009

*Y no sé si decírtelo*

No.

Mira, es que yo no dije que fuera perfecta. Yo dije que era especial, que era diferente. Pero no perfecta. Soy diferente porque no soy como los demás, porque no me gustan las mismas cosas y no me contento con poco ni con mucho, sino con lo otro. Porque ser especial no es bueno, y yo no dije que fuera a serlo. Es más, probablemente dije que fuera a ser difícil. ¿No te gusta? ¿No lo necesitas? Vete en silencio...

No.

Es que yo no quise ser la muñeca de los sueños de nadie. Es que yo no quise ser una muñeca. Es que yo no soy una muñeca. No quiero serlo. Y si soy una princesa, quiero llevar vestidos rosas y comer lollypops y pasar de las piruletas y los tacones. Yo no pedí un mundo encantado, porque me gusta volar, pero en el mundo real.

No.

Yo no prometí cambiar el mundo. Prometí intentarlo y lo intenté. Pero eso no iba a significar que lo fuera a cambiar o que yo arreglara las cosas. Hice lo que pude y no funcionó, y a lo mejor no sirvo para cambiar nada, así que no tengo por qué ser yo la que lo haga.

Encontré la fórmula de la magia antes de saber que era un hada, pero no dije que fuera a llevarla a cabo. Fui un hada pero no firmé hacer magia para siempre.

No.

No pretendí revelar nada nuevo. No pretendía sorpresas o que el mundo pensara que sería competente. Y, si te fijas, nunca lo dije.

No.

No presupuse ser mejor que nadie. No lo soy. Hay mucha gente mucho mejor que yo, y no lo negaré nunca. Y si yo lo sé, tú lo sabes y él lo sabe, y buscas alguien mejor, lo encontrarás. Si no soy yo, ahora ya puedes olvidar.

Porque cambié, mejoré, maduré, superé, avancé, relativicé, me esforcé, retrocedí, pregunté y subí.

Yo no dije hasta cuando iba a seguir haciéndolo. Ahora, estabilicemos. Si hay algo que no te gusta, cámbialo. Yo ya lo hice.



domingo, 29 de noviembre de 2009

*Y se resbalan tus dudas, tus manos, tus ganas, y el viento...*

Es domingo otra vez, y hay partido de esos "importantes". Dudo que haya más de tres personas en el país delante del ordenador.

Y aquí estoy.

Podría ser por muchas razones, pero yo creo que es más el no saber que hacer lejos de la pantalla. Lo que hace que tampoco haga nada muy útil aquí y me vaya a sentir mal dentro de poco.

Los domingos son días duros. Echar la culpa a la resaca no funciona, porque hace tiempo que no hay resaca. Hace domingos, quiero decir.

A lo mejor es Luis Ramiro, a lo mejor es que llueve, a lo mejor son las conversaciones que hay que evitar hasta que es inevitable. Igual es el futuro, podemos ponernos profundos.

O que a veces se echa de menos seguir el camino marcado, pero el mapa, inventarlo.

Y si ayer era el día. Si hoy por fin llegué a la meta. Si al fin se acabó. ¿Por qué?


jueves, 5 de noviembre de 2009

*Pisando hojas de ciudad en mes de otoño*

Con Octubre muere en Vetusta el buen tiempo. Al mediar Noviembre suele lucir el sol una semana, pero como si fuera ya otro sol, que tiene prisa y hace sus visitas de despedida preocupado con los preparativos del viaje del invierno. Puede decirse que es una ironía de buen tiempo lo que se llama el veranillo de San Martín. Los vetustenses no se fían de aquellos halagos de luz y calor y se abrigan y buscan su manera peculiar de pasar la vida a nado durante la estación odiosa que se prolonga hasta fines de Abril próximamente. Son anfibios que se preparan a vivir debajo del agua la temporada que su destino les condena a este elemento. Unos protestan todos los años haciéndose de nuevas y diciendo: «¡Pero ve usted qué tiempo!». Otros, más filósofos, se consuelan pensando que a las muchas lluvias se debe la fertilidad y hermosura del suelo. «O el cielo o el suelo, todo no puede ser».


Ana Ozores no era de los que se resignaban. Todos los años, al oír las campanas doblar tristemente el día de los Santos, por la tarde, sentía una angustia nerviosa que encontraba pábulo en los objetos exteriores, y sobre todo en la perspectiva ideal de un invierno, de otro invierno húmedo, monótono, interminable, que empezaba con el clamor de aquellos bronces.


Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre.

El frío vacía las palabras, y se revaloriza el calor de los abrazos y la cercanía. A veces una no se puede permitir lujos...

Han pasado muchas cosas en un año. Pero han pasado muchas cosas en dos. Y muchísimas en tres. Y siempre nos quedará el consuelo... seguirán pasando cosas. Dentro de un año, habrán pasado muchas cosas más. Empieza a contar, o deja de mirar la fecha.

Todas estas locuras las pensaba, sin querer, con mucha formalidad.