domingo, 8 de agosto de 2010

*No duele el golpe. No existe el miedo*

Acabé en el suelo otra vez. Toqué fondo. Un fondo diferente, general.

No saber dónde estar, saber que no es ese el sitio. Ningún sitio. No encontrarse a gusto en ningún lado. No encontrarse. Saber que no se hacen las cosas así, que así no quería hacerlas. Recordar, en ciertos actos y momentos, que esto no es lo que prometí. Plantearme reprometer. Renovar.

Así que estoy, porque estoy. Se hace, porque se tiene que hacer. Se sigue, porque se tiene que seguir. Ir, porque el camino está marcado. Querer, porque la costumbre obliga a ello. Y dejar de plantearse cosas, porque llegó la pereza que acompaña a los momentos de estanque.

El primer paso, supongo, fue decidir si quería o no quería. No quise. Porque lo que sí quería no era lo que abundaba. Al cambio, no renta. Aún sigue sin rentar, en ciertos momentos, pero el cambio número uno vino de la primera decisión. Una vez que decides lo primero, comienzas a entender el poder de las decisiones.

Siguiente paso, olvidar la primera decisión. Olvidar moviendo los cascabeles que nunca fallan, descubriendo que ese tampoco era mi lugar. Es la primera vez que me traicionan los valores, o que no encuentro la aplicación correcta de ellos. 20 días de dudar, de querer tirar la toalla, de matar o morir, de salir de allí, de volar (con su miedo a estar haciéndolo, terrible momento, ahora sí, sin ellas). Saber que no es ese el momento vital adecuado, pero no saber si existirá otro. Y entonces... ¿qué se hace? ¿Se tira todo a la basura, tantos años? ¿Tanta fe?

Una noche con poco tiempo para pensar y nos embarcamos en la siguiente. Ahora sí, con muchísima pereza, la confianza perdida, la esperanza derrotada, cansancio acumulado y vasos más vacíos que llenos.

Vasos que se llenan.

Una vez en el suelo, más bajo no se puede caer. Las fuerzas vuelven, una vez más, de la fe en el método, en que lo que haces, aunque no siempre te lo creas, sirve.

No equivoqué el marco, no falló la ley. Sólo me equivoqué de sitio. Era un poco más lejos, o un poco más fuera. Era otro nivel. Era asumir que crecí, maduré, y que ya no me toca a mí. Era abrir la perspectiva, entender que sí hay más, que no tienes que desaparecer.

Entender que siempre sale algo, siempre, porque en cierto modo, me interesaba buscar. No hay salidas donde no hay intención de buscarlas.

Entender que mi burbuja se ha roto y ahora el mundo real es diferente al que me enfrentaba hace 3 años. Asumirlo y empezar a formar parte del juego, sean cuales sean las reglas que se lleven.

Entender que los caminos se tienen que andar sola, a veces. Entender que la soledad es relativa, y quizás buena.

Creer en los adultos, los jóvenes, los conejos, los submundos, la locura, los bailes, los reencuentros, en mí, en la muchedad.

Sigo mi crecimiento personal. Llega a asustar ser tan consciente de la evolución, pero creo que también forma parte de él.

Igual es el momento de renovar.

1 comentario:

  1. igual la soledad tiene que ser valiente, así, por ella misma y por definición...por supuesto realtiva, y para nada mala!!
    igual la soledad no llega nunca aunque los caminos los andemos solos...
    que sorpresa tan grata encontrarme aqui con tus rayadas!
    beseles!!!

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personas se calzaron las alas!